Biografía: Pedro María Olmedo Rivero
Los Olmedo, aunque oriundos de Castilla -La Mancha-, se afincaron en Sevilla, donde fundaron bodegas y negocios de aceites y aceitunas.
Muy cerquita de la ciudad de La Giralda, apenas cruzando el Guadalquivir, fundaron sus bodegas en el año 1870. La Atarazana era su nombre y el pueblo, de reminiscencias árabes, se llama San Juan de Aznalfarache.
También muy cerca de la capital andaluza, en la localidad de Dos Hermanas, la familia Olmedo tenía almacenes de aceitunas y negocios de aceites. Económicamente la familia Olmedo gozaba de buena posición. Los abuelos paternos de Pedro, José María y Luisa, tuvieron seis hijos, cuatro mujeres y dos varones. Luis y José María se educaron en los Salesianos de Utrera y las chicas en el Colegio del Valle de Sevilla, regentado por las religiosas del Sagrado Corazón de la Madre Barat.
Antonina y Natividad siguieron sus huellas y se consagraron a Dios para siempre en el Instituto de Santa Magdalena Sofía. Luis se licenció en ciencias químicas y José María, después de estudios de ingeniería, terminó la carrera de profesorado mercantil.
Isabel y Concepción, con una educación exquisita, vivieron una situación social acomodada en la zona céntrica de la ciudad de Sevilla. Los Olmedo formaban una familia muy religiosa.
José María Olmedo, una vez terminado los estudios de profesorado mercantil, se enamoró de María Rivero, que acababa su educación básica, según el estilo de la época para las chicas, en el Colegio del Valle. José María, situado ya en la vida y trabajando en los negocios vinícolas familiares, decidió plantearle a María la cuestión matrimonial. Las dos familias se pusieron de acuerdo y aceptaron la propuesta. La boda se fijó para los primeros días de enero de 1931; ya tenían piso en Sevilla y encargados todos los muebles. Ante circunstancias adversas por la muerte del hermano mayor de Maruja, la boda se postergó durante unos meses. El 6 de junio de 1931 fue el día señalado; un día caluroso en Sevilla.
Después del viaje de novios y la luna de miel los recién casados volvieron a Sevilla para comenzar su vida de hogar. La casa solariega de San Juan de Aznalfarache ya estaba preparada y adornada con gusto exquisito. Allí se instalaron los nuevos esposos y allí nacieron sus 15 hijos; una hermosa familia numerosa. El hogar cristiano que con tanta ilusión deseaban formar fue una hermosa realidad.
La educación cristiana y la formación integral de sus hijos fue una constante fundamental en el matrimonio Olmedo-Rivero. Todos pudieron estudiar y abrirse camino en la vida, en las distintas profesiones. El sentido profundo de Dios y la confianza en la Divina Providencia marcaron la vida de la familia a través de los años. Los buenos ejemplos y las oportunas palabras de los padres dejaron una huella imborrable en la vida de sus hijos. Muy especialmente a su madre tiene que agradecerle Pedro el don de la vocación. Ella siempre albergaba en su corazón el deseo de tener algún hijo sacerdote o alguna hija religiosa; sus sueños e ilusiones se cumplieron con creces. La semilla del amor que sembró en los corazones de sus hijos fructificó en vocaciones al servicio del mundo y de la Iglesia. Uno de ellos, Pedro, desde muy pequeñito, jugaba a ser curita decía misas predicaba organizaba y dirigía conventos de frailes contemplativos Pedía a los Reyes Magos sotanas y ropas litúrgicas que empleaba en sus ritos y ceremonias. El juego de niño terminó en una hermosa realidad.
PEDRO NACIÓ EL 21 DE OCTUBRE DE 1944, fue el duodécimo hijo de la familia Olmedo-Rivero. El hogar familiar del clan Olmedo se llenó de alegría y todos los hermanos fueron a visitar al bebé que acababa de nacer. Eran exactamente las 11 de la mañana de un espléndido día de otoño; el médico de cabecera y la matrona habían atendido el parto en la misma casa, tal como era costumbre en aquellos años. El acta de nacimiento fue registrada por don José Sotil, juez municipal, en el registro civil de San Juan de Aznalfarache. Libro 8, folio 179.
Según la tradición familiar y el profundo sentido religioso de sus padres, Pedro sería bautizado cinco días más tarde. Exactamente el 26 de octubre de 1944. Recibió las aguas bautismales en la parroquia San Juan Bautista, de manos de don Manuel García Villata, cura párroco de la localidad de San Juan de Aznalfarache. El nombre completo, según consta en la partida bautismal, es el siguiente: Pedro José Manuel Hilarión Pantaleón de los Sagrados Corazones de Jesús y María y de la Santísima Trinidad. Sus padrinos fueron Pedro Rivero Angulo y Madonna Estruch Milá, acompañados de los testigos Antonio Marcos y Fernando Castellano. Al terminar la ceremonia litúrgica, toda la familia se trasladó a la bodega La Atarazana para celebrar una comida de fraternidad, seguida de una alegre fiesta, donde no faltó el buen vino de La Mancha, la música y los bailes por sevillanas. La familia Olmedo Rivero seguía aumentando.
La etapa escolar, las primeras letras, la hizo en casa, con una maestra particular que le tenía mucho cariño; era Esperanza Aponte Ferrer, de grata memoria y una gran educadora.
Con relación a la educación religiosa y cristiana, supo asimilar muy bien la formación que recibía en el hogar.
Siendo muy pequeño, según la costumbre pastoral de la época, fue confirmado por el cardenal Segura en la parroquia San Juan Bautista.
A la edad de ocho años se incorporó al Colegio San Pedro Crisólogo, que los Salesianos dirigían en el cerro de los Sagrados Corazones.
Pedrito, como le llamaban con cariño, desde muy pequeño sintió la inclinación a la vida sacerdotal y comenzó a jugar a ser curita. A los Reyes Magos, además de un camión y una pelota de fútbol, les pedía la ropita para celebrar la misa y todos los objetos litúrgicos: un pequeño cáliz con su patena, el atril para el misal, candelabros y velas, manteles para el altar y un crucifijo para presidir la celebración. El carpintero de la bodega se encargaría de construir un hermoso altar de madera, con su sagrario incorporado, una auténtica obra de arte.
En uno de los grandes salones de la casa, Pedrito, con mucho gusto artístico, fue preparando su parroquia, adornada con cuadros religiosos y una imagen de la Virgen que había robado del cuarto de sus padres. Su amigo Enrique Guerrero, quien también se ordenaría sacerdote en Sevilla, le acompañaba en sus travesuras religiosas y le ayudaba como vicario cooperador.
Los domingos y las fiestas litúrgicas más importantes, Pedrito, haciéndole la competencia a don Miguel Parrales, párroco de San Juan Bautista, celebraba la misa en su parroquia e invitaba a todos los trabajadores de la bodega y a algunos vecinos del pueblo. Había conseguido una hermosa campana para convocar a los feligreses. Las once de la mañana era la hora señalada para la celebración, el repique comenzaba a las diez y treinta. Su parroquia ya estaba limpia y adornada convenientemente, con muchas flores y algunas velas. Iban llegando los primeros vecinos y se colocaban en los primeros asientos para apreciar bien la ceremonia y escuchar el sermón de Pedrito. Los hombres y trabajadores de la bodega, especialmente Félix el Viejo y Manolillo Aguirrezábal, nunca se perdían la misa en la parroquia Olmedo.
Nuestro curita, todavía muy pequeño, seguía en el Colegio del Monumento. Circunstancias adversas y problemas con los responsables del Cerro de los Sagrados Corazones hicieron cambiar el rumbo del colegio. Se marcharon los Salesianos y llegaron unos buenos profesores, bajo la dirección de don Luis Bolaños y la preocupación pastoral de dos curitas jóvenes y apostólicos: don Publio Escudero y don Carlos González García-Mier. El Colegio San Pedro Crisólogo iniciaba así una nueva etapa fundamental para el camino vocacional de Pedrito. Su encuentro con don Carlos, el curita loco, fue providencial. Enseguida conectaron y simpatizaron mutuamente. Los dos eran alegres y divertidos. Ambos, profundamente humanos y, sin embargo, con un gran sentido evangélico y amor grande hacia Cristo y a la Iglesia.
Los jueves a la tarde, libres de estudio, Pedro acompañaba a don Carlos al barrio Manchón donde daban catequesis a los niños y ayudaban a las familias más necesitadas. En tiempos de inundaciones iban a socorrer a los arriados por las aguas del Guadalquivir, que se desbordaba hasta los barrios más pobres y humildes de las afueras de Sevilla.
El Postulando de Pedro fue duro y difícil. El cambio fue bastante radical; de una vida, alegre y festiva en la Sevilla de sus amores, al encuentro ascético y exigente de una casa religiosa marcada por la disciplina, el sacrificio y la enseñanza para el seguimiento de Cristo.
En 1.963 entra en la congregación Claretiana.
Después de hacer los ejercicios espirituales correspondientes, Pedro viajó a Sevilla para el gran evento de su ordenación sacerdotal. Su familia y numerosos amigos lo esperaban con enorme ilusión.
El día elegido fue bien significativo: la Fiesta del Sagrado Corazón. Era exactamente el 9 de junio de 1972. La parroquia San Antonio María Claret, del populoso barrio de Heliópolis, fue el lugar escogido para la gran celebración.
Estaban presentes sus padres y todos sus hermanos, con excepción de Jesús, misionero en la Argentina. El Cardenal Bueno Monreal, viejo conocido y amigo de sus tiempos de niño, sería el obispo consagrante; don Carlos González, entre muchos sacerdotes claretianos y diocesanos, sería el testigo de excepción. El Templo Parroquial del colegio Claret, al mejor estilo sevillano, estaba resplandeciente de luz color y adornado con hermosos claveles blancos y rojos. El verano se adelantó unos días y los recibió con fuerte calor.
El día de la partida todos van a despedirle a la estación de Córdoba, camino de Madrid, para empalmar en un vuelo de Iberia, que le llevaría directamente a Buenos Aires. Los compañeros claretianos le cantaban el Adiós del Misionero y le desearon una vida misionera llena de entrega y generosidad con los pobres y humildes.
Una nueva etapa, la definitiva, había comenzado en la vida de Pedro. Después de unos días en Buenos Aires, Pedro se dirigió al norte del país en un tren que lo llevaría hasta la Ciudad de Tucumán, donde lo esperaban su hermano Jesús y algunos misioneros de Humahuaca. Abrazos de bienvenida y los mejores deseos para su vida misionera.
En Jujuy, capital de la provincia, pasaron algunas horas de descanso y aclimatación. Pedro ya estaba ansioso para viajar hacia la misión de Humahuaca, donde lo esperaban con los brazos abiertos sus hermanos claretianos; era el 22 de septiembre de 1972.
Y después de tantos sueños e ilusiones, Pedro llegó a la Prelatura de Humahuaca, ubicada en al región de la Quebrada de Humahuaca y Puna. Allí en un rinconcito de Amerindia, en el noroeste de la actual Argentina, casi en el corazón de América, se encuentra enclavada la tierra de los collas, la entrañable Pachamama de sus amores.
En 1.993, Juan Pablo II lo nombra Obispo de la Prelatura de Humahuaca, donde sigue realizando su labor pastoral al servicio del pueblo que sufre en este rincón del mundo, defendiendo y apoyando sobre todo a los más necesitados y acompañándolos en su búsqueda de la justicia.
Actualmente Pedro Olmedo Rivero, es Obispo de Humahuaca. Buenos Aires, Argentina
Desde San Juan de Aznalfarache deseamos mandarle un saludo a este vecino por su dedicación en la labor con los mas necesitados.
Pedro Olmedo Rivero, obispo de Humahuaca
Olmedo Rivero, Jesús. Un obispo como la gente . – 1a .ed. – Jujuy : Prelatura de Huamahuaca, 2004.
© Misioneros Claretianos Prelatura de Humahuaca
Este apartado ha sido subido a Internet 05-12-08. Actualización