Apuntes Históricos de nuestra Villa
Quiero hablaros brevemente de los orígenes de San Juan de Aznalfarache. La fundación de este pueblo se remonta a una fabulosa antigüedad, pues se cree fue una colonia fenicia. Los fenicios, habitantes de un país al occidente del Asia, navegando por el histórico Mediterráneo, llegaron a las costas orientales meridionales de la Península Ibérica; pueblo el más sabio de Ia antigüedad, en vez de consumir sus actividades en guerras sangrientas, conquistaban países para enseñar a la Humanidad los Inventos de que ellos eran autores. En sus incursiones al interior de los territorios, establecían factorías o colonias a orillas de los grandes ríos, que les facilitaban medios para transportar sus mercaderías.
En las márgenes del Guadalquivir, varios siglos antes de J. C., fundaron los fenicios este pueblo, que se llamó Osset, nombre que también se daba a la fértil región que comprendía varios pueblos ribereños, de los cuales, muchos años después, había de ser Obispo San Gregorio Ossetano, que padeció el martirio en Alcalá del Río. La Importancia de la antigua Osset creció en la época romana, en que recibió el nombre de Julia Constancia.
El historiador romano Plinio nos habla de una ciudad situada cerca de Híspalis, en la margen derecha del Guadalquivir, con datos que no dejan dudar que fuese la fenicia Osset. La ventajosa situación en un punto desde el cual podía verse la llegada de los barcos, la feracidad de este territorio, pródigo en viñedos, olivares y toda clase de frutos, y su proximidad a la gran Híspalis, hicieron crecer el poderío de Julia Constancia durante la dominación romana, como lo demuestran los muchos vestigios de cerámica ánforas. lacrimatorios, urnas, etc. que se descubren en las excavaciones para cimentar casas. Acuñó monedas de cobre y plata, que ostentaba en el anverso una cabeza varonil y en el reverso un hombre desnudo con un gran racimo de uvas en la mano, figurando un vendimiador, como emblema de la abundancia de viñas en su territorio.
Dichas monedas de las que aún existen algunas tienen esta inscripción: "Julia Constancia - colonia Osset “.
La prosperidad de Aznalfarache llegó a su mayor apogeo durante la invasión musulmana. Eran los árabes excelentes agricultores y sacaron no poco partido de estas feracísimas tierras; poblose el Aljarafe de molinos de aceite, de huertos floridos y de dilatados naranjales. Entonces cambió su nombre romano de Julia Constancia por el Hans-al-haraf, que significa “el castillo del huerto", de donde se derivó Aznalfarache, y también se llamó Medina Alfaraggio; el sobrenombre de San Juan lo tomó porque después de la conquista de Sevilla perteneció a los caballeros de la Orden militar de San Juan de Jerusalén.
No sólo era Aznalfarache una Atalaya desde donde se podía vigilar gran extensión de terreno, sino un delicioso lugar de recreo. El rey moro Almotamid gustaba pasar aquí algunas horas de recreo y descanso; aquel rey poeta, soñador y desventurado que murió pobre y prisionero en África. Los alrededores de Sevilla debían ostentar una gran belleza pues cuenta un historiador árabe que cuando Motamid abandonó la ciudad para ir al destierro en unión de su familia, volvióse a mirarla con gran pena y le pareció "una rosa abierta en medio de una florida llanura".
Aquí nació el sabio Ebn-al-saká.
Cuando el Santo rey Fernando III emprendió la conquista de Sevilla, hizo acampar sus huestes en los campos de Tablada, y mandó que el gran Maestre de Santiago, don Pelayo Pérez Correa, estableciese su cuartel general entre Corla del Río y San Juan de Aznalfarache. Los moros de este castillo se defendieron con gran bravura. "Los moros del castillo de Triana y los de Alfarache dieron mucho que hacer a los cristianos", dice un autor. Después de grandes esfuerzos, logró don Pelayo Correa reducirlos a la obediencia, pasando a cuchillo a los principales.
Muy importante debió ser este castillo cuando en las capitulaciones pidieron los moros a San Fernando que les dejase las fortalezas de Aznalfarache, Niebla y Sanlúcar, como así les fue concedido.
A partir de este suceso empieza la decadencia de Aznalfarache. Ocupada Sevilla por los cristianos, perdió importancia, y es lógico suponer fue abandonado el castillo en el siglo XIV, pues en el año 1400 existen documentos de haber sido donada la fortaleza, ya ruinosa, a una comunidad de frailes de San Francisco, los que edificaron, con los restos de tal construcción, una iglesia bajo la advocación de Santa María de las Cuevas, en un lugar que se desconoce, aunque no es aventurado suponer se encontraría no muy lejos de donde luego se fundó la Cartuja, ya que lleva el mismo título. Eran los franciscanos una congregación pobre, y su residencia, aquí, especie de sanatorio; dedicábanse a la cura de almas de los pueblos del contorno. Se supone que en esta iglesia estuvo la partida de defunción de Hernán Cortés, muerto, corno se sabe, en Castilleja de la Cuesta, perteneciente a dicha feligresía. Los religiosos franciscanos permanecieron aquí hasta la exclaustración, en el pasado siglo XIX.
La iglesia parroquial, del siglo XVII, fue fundada en tiempo del arzobispo don Gonzalo de Mena, con importantes donativos de una familia procedente de Méjico. Tiene un altar mayor muy notable, de ese estilo barroco que el insigne catedrático de la Universidad de Sevilla, don Francisco Murillo Herrera, ha llamado "estilo Martínez Montañés",
Los cuadros de dicho altar, muy estimables, son de Juan del Castillo, maestro del célebre Murillo, y de los cuales se ocupa con elogio el autor alemán A. Mayer. Cerca de la puerta de entrada hay un cuadro bellísimo, que representa a Nuestra Señora de Belén, y que, según opinión muy autorizada, debe ser obra del gran maestro Murillo, pues tiene suavidad y misticismo, recordando algo Ia técnica de Ribera. Lo más notable de esta iglesia, lo que verdaderamente llama la atención de los numerosos viajeros, extranjeros y nacionales, que visitan este bellísimo paraje, es la pila bautismal, joya de arte bizantino, aunque se ha discutido mucho este punto, por suponerse es de origen árabe. Su forma, de cruz griega, es elegantísima, y la materia de que está hecha es de rico y blanco alabastro, con vetas ligeramente azuladas. Le asignan los arqueólogos una antigüedad que se remonta al siglo VI, relatando los historiadores cristianos varios milagros obrados en esta maravillosa pila. El incansable celo del dignísimo y virtuoso párroco don Juan de Dios Peña hace que la iglesia tenga un aspecto en extremo agradable y pulquérrimo; es lo que suele llamarse una tacita de plata, con su atrio enladrillado, verdadera terraza desde la que se divisa un sorprendente y fascinador espectáculo, que hace recordar la copla:
“De San Juan en lo alto
mira a Sevilla
y verás con asombro
qué maravilla”.
¡Sí, verdaderamente es una obra maravillosa del poder de Dios el panorama que se divisa desde las antiguas murallas...! Abajo el Guadalquivir, marchando sereno y reposado hacia el mar, como la vida del hombre justo hacia su último fin, que es Dios.
Al frente, el inmenso caserío de Sevilla, y dominándolo todo, la Giralda, esa Joya del arte árabe almohade, que tiene en su base piedras romanas el cuerpo es de fábrica mora y se corona con la estatua de la Fe de Jesucristo, eterna triunfadora de todas las sociedades, de todas las civilizaciones. Y por donde quiera que se tienda la vista se ve la frondosidad de una vegetación exuberante y rica, que hace de esta Bética un país tan encantador como Italia y Grecia, las más bellas naciones del poético mediodía de Europa.
Yo recomendaría a los turistas que pasaran algunas horas, una noche de luna, en este atrio o porche de la iglesia de San Juan de Aznalfarache, y tendrán durante mucho tiempo el recuerdo de esa inefable emoción estética que causa en los espíritus selectos la contemplación de las cosas muy bellas.
En el romancero de Al-Motamid se leen aquellos versos:
Es una novia Sevilla,
es su novio Ben-Abad'
su cintura el Aljarafe,
Guadalquivir su collar.
Presenta a la ciudad de Sevilla como una desposada, que se engalana con el cinturón de esmeraldas de este Aljarafe tan rico y bello, y con el collar de diamantes del Guadalquivir.
Fue San Juan de Aznalfarache, desde muy antiguo, sitio de recreo para los habitantes de la ciudad, lo que prueba su inmejorable situación y deliciosa campiña. Mateo Alemán, en su “Guzmán de Alfarache", dice en uno de sus pasajes estas elogiosas frases: "El pago de Gelves y San Juan de Aznalfarache es el más deleitoso de aquella comarca, por la fertilidad y disposición de sus tierras y vecindad cercana que le hace el río Guadalquivir famoso, regando y calificando con sus aguas todas aquellas huertas y florestas. Que con razón, si en la tierra ,se puede dar conocido paraíso, se debe a este sitio el nombre de él. Tan adornado está de frondosas arboledas, lleno y esmaltado de varias flores, abundante de sabrosos frutos, acompañado de plateadas corrientes, fuentes espejadas, frescos aires y sombras deleitosas, donde los rayos del sol no tienen en el verano licencia, ni permisión de entrada".
Bien puede comprenderse por el párrafo anterior, tomado de la famosa obra de Mateo Alemán, lo que era Aznalfarache en los comienzos del siglo XVII. Si había perdido su importancia estratégica y su esplendor histórico, conservaba la belleza y disposición de su territorio, cultivado tan primorosamente, como nos refiere el célebre escritor. Y con esto termina la primera parte de mi conferencia, o sea lo referente a Aznalfarache en la antigüedad.
Ahora bien; vamos a estudiar este pueblo en la época contemporánea, pues si el pasado nos ilustra, el presente nos Interesa en gran manera, pues, a partir de él podemos marchar más seguros hacia el porvenir.
¿Qué era este pueblo, a qué se había quedado reducido hace cuarenta o cincuenta años? Si se lee el diccionario geográfico de Madoz, referente a esa época, vemos que dice: "San Juan de Aznalfarache, aldea de 1000 habitantes, a un kilómetro de Sevilla, en paraje fértil y pintoresco, pero donde reinan fiebres palúdicas. Tiene una escuela de niñas y otra de niños, frecuentadas por 25 alumnos." Siguen luego otros datos estadísticos de escaso interés. Ved a lo que quedaba reducida la fuerte Osset de los fenicios, la poderosa Julia Constancia de los Romanos, y la risueña Medina Alfaraggio de los árabes. Una aldea insignificante, donde reinaba el paludismo, tal vez por efecto de las aguas que se estancaban en un sitio denominado "el Cañillo".
Tan importante ciudad reducida a tal estado de ruina, era a modo de una gran señora desposeída de sus riquezas, y mirando en su indigencia pasar tristemente la vida. Sin embargo, el instinto de conservación pronto se sobrepone en los seres fuertes, a las momentáneas desgracias de la vida, y así vemos, que en los últimos tiempos de la decadencia, empezó San Juan a resurgir con pequeñas industrias de regaliz, dos fábricas de aguardiente, depósito de petróleo y destilerías de esencias. Los terrenos que hoy ocupa la importante fábrica de Cros, y aún más, eran plantaciones de flores, y la destilería o elaboración de perfumes se realizaba en la casa que hoy pertenece a D. Antonio de Olmedo, y que antes fue convento de frailes de la Merced. Como dato curioso debemos consignar que las muchachas que trabajaban en esta fábrica de esencias eran conocidas por el agradable perfume de que estaban impregnadas sus personas. La fábrica de loza, establecida en el siglo XIX, estuvo cerrada durante treinta años, y en 1890, ya casi ruinosa, cuando parecía que iba a desaparecer tan importante industria, fue comprada por los señores Sandhemán y Mag-Dougald, los cuales introdujeron tales mejoras y adelantos en la maquinarla, tal perfeccionamiento en la elaboración de sus productos, que hoy, la loza de la fábrica de San Juan, compite con las mejores fábricas de su clase, y a ello contribuyen muy eficazmente el personal técnico, los inteligentes obreros y simpáticas obreras, que trabajan en tan importante centro fabril.
Hay en San Juan de Aznalfarache dos hombres ilustres, cuyo amor a la patria chica, desinterés y altruismo han sido causa principal del resurgimiento y prosperidad de que hoy disfruta el pueblo, y son D. Antonio de Olmedo y D. Pedro Lissén. Estos beneméritos señores no han escaseado medios ni sacrificios para facilitar el establecimiento de las entidades, que han podido contribuir y de hecho han contribuido al bienestar material del pueblo, como la gran fábrica de abonos químicos de Cros, dirigida en la actualidad por el inteligente ingeniero don Joaquín Lizárraga. Esta Fábrica no sólo de trabajo a centenares de obreros, sino que siempre tiene abiertas sus puertas y su Caja para contribuir generosamente a todas aquellas obras que redunden en beneficio del pueblo, en cualquier orden que sea.
En estos tiempos se llevaron a cabo mejoras importantísimas como la traída de aguas, donadas por la Casa Cavaleri, que siempre estuvo propicia a los intereses del pueblo; el alumbrado público y urbanización de las calles. El pueblo de San Juan tiene una inmensa deuda de gratitud contraída con estos dos hombres, quienes durante muchos años han sido, no los caciques, sino los patriarcas de la linda población ribereña, a cuyo engrandecimiento tanto han contribuido. La rectitud y la justicia, han informado siempre los actos de estos dos insignes patricios, cuyos nombres pasarán a la posteridad como modelos de toda ejemplaridad buena.
Estos señores poseen amplios almacenes de aceitunas, donde trabajan centenares de operarias, que contribuyen con su jornal al bienestar de sus casas. En las fábricas de los señores Olmedo y Lissén se elaboran las más exquisitas aceitunas, y este rico fruto de los campos andaluces es muy apreciado en Norteamérica.
La Sociedad Anónima, fundada en Bilbao en 1902 con el fin, entre otros, de explotar las minas de Cala, en la provincia de Huelva, proyectó un ferrocarril para transportar los productos de dichas minas hasta la ría de Sevilla para su exportación.
Aunque el primitivo estudio del ferrocarril no venía a esta villa, las grandes facilidades que a su fundador señor conde de Rodas, dieron, señaladamente D. Antonio Olmedo y D. Pedro Lissén, hicieron variar aquel primer estudio, y que se estableciera en San Juan de Aznalfarache la estación límite y los cargaderos. Son éstos una obra verdaderamente notable de hormigón armado, alarde de ingeniería del fallecido D. Juan N. Zafra, obra que puede reputarse como de las mejores en su clase y que fue en sus primeros tiempos objeto de numerosas visitas de técnicos y profesionales.
Los diferentes ramales de ferrocarril, que con posteridad se han construido para el transporte de los minerales de las minas del Castillo de las Guardas, Teuler y Peña del Hierro, han aumentado la importancia de esta villa con el numeroso atraque de buques, siendo hoy la sección de San Juan de Aznalfarache, del puerto de Sevilla, una de las más importantes.
Este tráfico ha ido en aumento, debido al celo del gerente de dicha Sociedad, el culto abogado D. Rafael Serra y Núñez de Prado, y al no menor del activo Jefe de explotación D. Rafael Socuéllamos.
El tendido de este ferrocarril, que tantas ventajas ha reportado al pueblo, se llevó a efecto, cediendo los terrenos de la finca Cavaleri, cuyo actual poseedor, D. Luís Taviel Andrade, ha donado generosamente unos solares para viviendas de obreros.
Los intereses morales o espirituales están no menos sabiamente regidos por el virtuosísimo párroco D. Juan de Dios Peña, verdadero ministro de Jesucristo; su conducta intachable, talento y celo hacia sus feligreses, sobre los que ejerce una paternal tutela desde hace treinta y siete años, le hacen ser amado y respetado por todas las clases sociales de este pueblo, donde las buenas costumbres y la religiosidad se conservan, beneficios en gran parte debidos a tan ejemplar sacerdote.
Texto resumido de la Conferencia organizada por el Ateneo de Sevilla en el año 1927.
Por Dña. Amantina Cobos de Villalobos